“He aquí que desembarca
Michelangelo Buonarroti en el puerto de
Constantinopla el jueves 13 de mayo de 1506. Apenas
la fragata está amarrada, el escultor salta a tierra”.
¿Qué se le había perdido a Miguel Ángel en Constantinopla?
Habrá que leer la obra de Mathias Enard para enterarse.
Dice el autor francés que una de las escapadas de Buonarroti huyendo de las insistencias de Julio II para que comenzase de inmediato la construcción de su mausoleo, le llevó a la capital bizantina que había sido conquistada por los otomanos en 1453. Beyacid II, hijo del conquistador Mehmet, proyectaba un puente y necesitaba un ingeniero para que lo diseñase.
Se trataba de unir las dos riberas del Cuerno de Oro. Nada que ver con el puente Gálata que une los dos barrios Karakoy y Eminonu de la moderna Estambul.
Hacía apenas un par de años que el escultor había acabado su David, encargo recibido de la Junta de Obras de Sta. María dei Fiore, la catedral de Florencia. Aún faltaba mucho para que se hiciera cargo de los frescos de la Capilla Sixtina de Roma.
Lo dicho: habrá que leer la obra de Mathias Enard.
De todos modos es muy sugerente la idea de la presencia de Miguel Ángel Buonarroti en Constantinopla. Resulta atractivo situar al principal exponente del Renacimiento italiano en la capital de los herederos del legado helénico al que el régimen teocrático bizantino había privado de su tinte de humanismo. El intento de los renacentistas del cinquecento italiano de recuperar los valores del mundo griego rompiendo el encorsetamiento de la ortodoxia cristiana también se vio frustrado por la imposición de una ideología que niega por principio el valor de lo humano por sí mismo.
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